La Construcción de la Iglesia Católica en Sonora hasta 1932

Ya vimos, en el artículo anterior de esta serie cómo pasó el Obispo Juan Navarrete los años entre su llegada a Sonora en 1919, y el de 1926 al ocurrir su primer destierro, en este caso a Arizona.

Este primer periodo de su desempeño como Obispo de Sonora, también se puede entender, aparte de los sucesos cotidianos que fue cómo lo vimos en el artículo anterior, que fue empleado por él en construir las redes necesarias para el funcionamiento de la Iglesia Católica en Sonora, redes orientadas a hacer cumplir lo ordenado en la Encíclica del Papa Leon XIII, “Rerum Novarum,” misma que fuera publicada en 1891 y que se contrapondría abiertamente con el Estado Mexicano revolucionario en cuanto a la naturaleza de las enseñanzas sociales promovidas por la institución religiosa, y sobre a quién le tocaría la tarea de implementarlas, si al Estado o a la Iglesia; además discutía las relaciones y deberes mutuos entre el trabajo y el capital, así como entre el gobierno y sus ciudadanos.  La principal urgencia, lo decía, era la premura para mejorar “la miseria y opresión que tan injustamente se ejerce sobre la mayoría de la gente trabajadora.”

Sin embargo, la presencia eclesial histórica en el Estado de Sonora era casi nula como ya lo hemos visto también en artículos anteriores de esta serie, por lo que como primer paso de la construcción de esta presencia, el nuevo Obispo estableció en 1921 el seminario en Magdalena, lo que ocurrió durante el periodo presidencial de Plutarco Elías Calles (1924-1928), y para 1926 había inaugurado una academia comercial, la Escuela Apostólica de San Francisco Xavier en esa población cercana a Nogales, a la que acudían a formarse bajo el esquema establecido por la Iglesia Católica las clases económicas más poderosas del Estado.

De entonces data el comienzo de la importancia magdalenense en la construcción de un orden económico e ideológico sonorense basado en las enseñanzas de la Iglesia.  También, se puede agregar que de entonces data la pugna entre el Estado y la Iglesia Católica en Sonora sobre a quién le tocaría realizar la educación en la entidad, ya que aún ésta poco a poco había ido alcanzando prominencia como el mismo ejemplo de Magdalena, con la academia comercial edificada por la Iglesia, era visible a todas luces.

De esta manera fue cómo, poco a poco, Magdalena se fue convirtiendo en la capital geográfica cultural sonorense y arizonense; en un lugar emblemático para ser transformado en una fórmula social hacia el futuro de esta región fronteriza, en una realidad de la que no podemos dejar afuera la importantísima presencia histórica del misionero Jesuita Eusebio Francisco Kino, viajero incansable y personaje introductor de la cultura europea en la Pimería Alta, hasta convertirse en el más notable elemento humano aglutinador cultural de la antigua Pimería Alta que para comienzos del siglo XX se había convertido en los ejercicios urbanos que ya conocemos en Sonora y Arizona: Magdalena (con unos 6,200 habitantes), Nogales (con el doble de Magdalena) y Tucsón (que para 1920 tenía poco más de 20,000 almas), aunque prometían crecer aún más en población en el futuro.

En otras palabras, se construían, en ese momento, dos proyectos opuestos. Por un lado el del Estado, del que no éste el espacio adecuado para intentar intentar describir, y por otro se le ofrecía ahora, a la Iglesia secular el proyecto de realizar, en el nuevo espacio urbano sonorense, el anhelado proyecto colonial de construcción terrenal de una realidad jesuítica.

Pero además, para entonces había resultado más que providencial el que Herbert Eugene Bolton publicara, en 1919, el diario del misionero Eusebio Francisco Kino, en el que éste describía sus esfuerzos para construir en la Pimería Alta una utopía religioso-económica, seguido en  1936 por otro de sus libros, “En la Frontera de la Cristiandad” (Rim of Christendom), biografía que popularizó la labor misionera del Jesuita.

Y es que coincidentemente, la doctrina detrás de esas y otras publicaciones Boltonianas estaría la enseñanza de que esta región fronteriza debe de ser analizada holísticamente, no en forma aislada, México o Estados Unidos, y sin seguir la propuesta de la Frontera de Turner, del que el mismo Bolton había sido alumno. Pero ya me salgo del tema central de este artículo...

Así es que, regresando a nuestra crónica, poco después, ocurrían dos sucesos importantes para la historia de la Iglesia en México y  en Sonora: el 18 de noviembre de 1926, el Papa Pío XI promulgaba la Encíclica “Iniquis afflictisque” en la que se expresaba públicamente contra la persecución de los católicos en México, así como la carencia de derechos de la Iglesia en el país, y mes y medio después de la promulgación de esta encíclica, empezando 1927 explotaba la rebelión armada llamada Cristiada en México, a la que se le dio ese nombre debido a que quienes habían tomado las armas en contra de las medidas contra la Iglesia por parte del gobierno, campesinos principalmente, de donde se ha calificado su movimiento como agrario, se autodenominaban Cristeros y luchaban bajo el grito de ¡Viva Cristo Rey!

Esta rebelión llegó a abarcar Estados del altiplano central como Zacatecas, Jalisco, Guanajuato, Durango, Michoacan y Colima. Esta contienda bélica inició el 1 de enero de 1927 y no terminó sino hasta tres años después, cuando por medios diplomáticos y negociaciones cupulares fue concluida esa guerra que le costó al país poco menos de 60,000 soldados y unos 30,000 cristeros. Sin embargo, para entonces había sido reanudado el culto público en Sonora.

También por aquellos años empezaba la participación de la familia de la Torre en el Obispado de Sonora, aunque no trataré extensamente de ellos en este artículo, ya que no es el tema central del mismo. Originarios de Aguascalientes, en 1921 el Obispo Navarrete se había traído a Sonora a uno de los hermanos, Francisco, entonces con 18 años de edad, un antiguo estudiante de comercio en la academia que estableciera en Aguascalientes el anteriormente Pbro. Juan Navarrete cuando era sacerdote allí e Inspector de las Escuelas Católicas de Aguascalientes, antes de su nombramiento como Obispo de Sonora, muchacho en quien Navarrete había cifrado sus esperanzas para el futuro.

Y ya en Sonora, el ahora Obispo Navarrete lo colocó recién llegado al Estado, en 1921 como maestro de piano para las señoritas en una academia que había establecido en Hermosillo. Sin embargo, poco después Francisco se incorporaba a la Orden Jesuítica, y su huella se fue desvaneciendo en Sonora. Ese mismo año, 1921, otro hermano, Ignacio, le escribiría a su hermana comunicándole que había decidido estudiar el sacerdocio, aunque no fue sino hasta 1928 en que se ordenó en el seminario sonorense de Navarrete. Y a mediados de 1927, otro hermano más, Alfonso, en una carta escrita desde Nogales, Arizona, en medio del exilio navarretiano, le informaba a su madre:

“El Sr. D. Juan me dio permiso y que estaba bien [que me una al movimiento Cristero], pero que pidiera permiso a mi padre; mi padre me contestó que no necesitaba pedirlo. [Y como una premonición de su muerte futura, agregaba] No siento miedo de la muerte, no es ahora para mí más que la mala suerte de no poder seguir luchando. Ahora sí amo a la vida. Ahora sí siento que vivo para algo, que tiene objeto mi vida…. Que no sirvo para nada?  Al menos a derramar sangre. Dios perdonará pecados y de algo a (sic) de servir la sangre.”

Y así pasó el tiempo, vino el asesinato de Alvaro Obregón siendo Presidente electo de México en 1928 (había sido presidente de 1920 a 1924, y reelecto en 1928) seguido de los periodos presidenciales del llamado Maximato, Emilio Portes Gil (1928 - 1930), Pascual Ortiz Rubio (1930 - 1932) y Abelardo Rodríguez (1932 - 1934), y dentro de este interregno se le concedió a la Iglesia nuevamente el permiso de celebración de ceremonias religiosas públicas en 1929.

Así fue cómo el Obispo Juan Navarrete regresó a Sonora y durante esos tres años que van de 1929 a 1932 se dedicó a dar conferencias, generalmente en Hermosillo ante diversas instituciones o, siguiendo los principios establecidos por la Encíclica “Rerum novarum,” ofrecía pláticas a los obreros o bien impartía clases en el seminario de Magdalena, y de esta manera continuó durante esos años construyendo la importancia ideológica de su Obispado y de la presencia de la Iglesia Católica en Sonora. Sin embargo, el espacio se me agota, por lo que en el próximo artículo continuaré con mi crónica.

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